THE FLORIDA PROJECT
Estados Unidos, 2018
Director: Sean Baker
Director: Sean Baker
En las proximidades del mismísimo Walt Disney World, en Florida, donde los niños de clases medias-altas de todo el mundo viven diariamente una aventura de ensueño, existe un modesto motel llamado Magic Castle. Las personas que viven en ese motel contrastan mucho con los clientes regulares de Disney World. Ni los Adidas Superstar, ni los selfie-sticks, ni las impecables habitaciones de hotel, ni los iPhones X... En el motel donde vive Moonee, los niños se divierten escupiendo a los parabrisas de los carros, pidiendo limosna para comprar helado, haciendo mandados a los turistas, recibiendo alimentos de los grupos de beneficencia y visitando los edificios abandonados. Moonee tiene apenas seis años, su mamá no tiene trabajo —se le complica conseguir lo del alquiler— y ella hace amistad con otros niños del motel en una situación similar a la de ella. Éste es el contexto en que se presenta lo más nuevo de Sean Baker: The Florida Project.

Sean Baker es un director a quien le gusta dar voz a los menos escuchados, narrar sus historias desde su propia perspectiva. Su cinta pasada, Tangerine, famosa en primer lugar por haber sido filmada exclusivamente con teléfonos iPhone 5S, narraba la vida de una chica transexual que se dedicaba a la prostitución, con la particular mirada de quien no juzga ni emite juicios de valor, sino que se limita a narrar y permite generar empatía hacía un personaje que cotidianamente no se explora. The Florida Project se aleja de la excentricidad de los iPhones pero sigue permitiéndonos escuchar la voz de un grupo pocas veces bien explorado: los niños. Es a través de su mirada que puede conocerse la realidad de los grupos socialmente más marginales.

El objetivo de The Florida Project se cumple mediante el buen uso de varias herramientas, siendo la primera de ellas una fantástica cinematografía. El mundo de la cinta se observa desde un ángulo bajo, emulando la mirada de un niño. No es raro que los adultos queden entonces fuera de cuadro, pero a cambio se hace énfasis en aspectos del entorno que suelen pasar desapercibidos: los rincones debajo de una escalera, el pasto alto de un jardín abandonado, la mirada al cielo desde la cima de una pequeña mesa de jardín. Resulta particular que un universo tan decadente luzca tan colorido: es la mirada de los niños que se manifiesta, quizás, en el contraste dulce de los colores de los moteles —Magic Kigdom luce como una versión decadente del hotel de The Grand Budapest Hotel—, en el calor que derrite un único helado que compartir entre tres niños, en el magnífico mundo repleto de obstáculos y puntos de juego que asoman entre la decadencia como islas en un caótico mar.

Las actuaciones de la cinta son excelentes. Comenzando por los actores niños, en especial Brooklynn Prince, a quien podría parecer que se exige demasiado dada la calidad de su interpretación y su capacidad para mostrar emociones complejas ante la cámara. Bria Vinaite da vida a Halley, la madre de Moonee, una madre excesivamente joven quien muestra un amor vívido por su hija, pero que la lastima directamente con su inexperiencia e irresponsabilidad. El de Halley es un personaje extremadamente complejo: por completo insolvente, trata de obtener recursos a través de medios turbios moralmente hablando, incluso ejerciendo la prostitución; la cinta no la juzga, simplemente muestra los acontecimientos, usualmente desde la perspectiva de Moonee, y permite al espectador sacar sus propias conclusiones respecto a las repercusiones de la madre en la niña.

Otro personaje excepcional es el de Bobby, el gerente del motel donde se hospedan Moonee y su madre, interpretado magistralmente por Willem Dafoe. Éste entrañable personaje se muestra empático con todos los huéspedes mientras trata de impedir que su motel se venga abajo y mantener el nivel de vida con cierto decoro. Él es testigo discreto de las vivencias de los niños y sus padres, los protege discreta pero resueltamente. Comprende las circunstancias difíciles de sus inquilinos y el entorno difícil en que los niños tienen que vivir, y de forma paciente y comprensiva trata de hacerles la vida un poco más fácil con acciones sin busca de retribución. Observa también las malas decisiones de los padres, pero lejos de ser crítico y juzgar, trata de ayudar y proteger.

The Florida Project ofrece una mirada orgánica sin precedentes a los detalles particulares de un grupo social recluido del mundo de las clases altas de un país lleno de contrastes. Es imposible no recordar la extraordinaria cinta de Andrea Arnold American Honey al observar este trabajo. Los temas y la forma de abordarlos son muy similares, pero el cambio de perspectiva desde la que se analizan es por completo diferente. Pocas cintas logran capturar la visión de los niños con esta maestría. Los elementos de fondo y forma de la cinta completan un trabajo de una profundidad tan sólo comparable con su exquisita sencillez y su extraordinaria secuencia final. Una de las mejores cintas de 2017 y un trabajo imperdible para los amantes del buen cine.

Sean Baker es un director a quien le gusta dar voz a los menos escuchados, narrar sus historias desde su propia perspectiva. Su cinta pasada, Tangerine, famosa en primer lugar por haber sido filmada exclusivamente con teléfonos iPhone 5S, narraba la vida de una chica transexual que se dedicaba a la prostitución, con la particular mirada de quien no juzga ni emite juicios de valor, sino que se limita a narrar y permite generar empatía hacía un personaje que cotidianamente no se explora. The Florida Project se aleja de la excentricidad de los iPhones pero sigue permitiéndonos escuchar la voz de un grupo pocas veces bien explorado: los niños. Es a través de su mirada que puede conocerse la realidad de los grupos socialmente más marginales.

El objetivo de The Florida Project se cumple mediante el buen uso de varias herramientas, siendo la primera de ellas una fantástica cinematografía. El mundo de la cinta se observa desde un ángulo bajo, emulando la mirada de un niño. No es raro que los adultos queden entonces fuera de cuadro, pero a cambio se hace énfasis en aspectos del entorno que suelen pasar desapercibidos: los rincones debajo de una escalera, el pasto alto de un jardín abandonado, la mirada al cielo desde la cima de una pequeña mesa de jardín. Resulta particular que un universo tan decadente luzca tan colorido: es la mirada de los niños que se manifiesta, quizás, en el contraste dulce de los colores de los moteles —Magic Kigdom luce como una versión decadente del hotel de The Grand Budapest Hotel—, en el calor que derrite un único helado que compartir entre tres niños, en el magnífico mundo repleto de obstáculos y puntos de juego que asoman entre la decadencia como islas en un caótico mar.

Las actuaciones de la cinta son excelentes. Comenzando por los actores niños, en especial Brooklynn Prince, a quien podría parecer que se exige demasiado dada la calidad de su interpretación y su capacidad para mostrar emociones complejas ante la cámara. Bria Vinaite da vida a Halley, la madre de Moonee, una madre excesivamente joven quien muestra un amor vívido por su hija, pero que la lastima directamente con su inexperiencia e irresponsabilidad. El de Halley es un personaje extremadamente complejo: por completo insolvente, trata de obtener recursos a través de medios turbios moralmente hablando, incluso ejerciendo la prostitución; la cinta no la juzga, simplemente muestra los acontecimientos, usualmente desde la perspectiva de Moonee, y permite al espectador sacar sus propias conclusiones respecto a las repercusiones de la madre en la niña.

Otro personaje excepcional es el de Bobby, el gerente del motel donde se hospedan Moonee y su madre, interpretado magistralmente por Willem Dafoe. Éste entrañable personaje se muestra empático con todos los huéspedes mientras trata de impedir que su motel se venga abajo y mantener el nivel de vida con cierto decoro. Él es testigo discreto de las vivencias de los niños y sus padres, los protege discreta pero resueltamente. Comprende las circunstancias difíciles de sus inquilinos y el entorno difícil en que los niños tienen que vivir, y de forma paciente y comprensiva trata de hacerles la vida un poco más fácil con acciones sin busca de retribución. Observa también las malas decisiones de los padres, pero lejos de ser crítico y juzgar, trata de ayudar y proteger.

The Florida Project ofrece una mirada orgánica sin precedentes a los detalles particulares de un grupo social recluido del mundo de las clases altas de un país lleno de contrastes. Es imposible no recordar la extraordinaria cinta de Andrea Arnold American Honey al observar este trabajo. Los temas y la forma de abordarlos son muy similares, pero el cambio de perspectiva desde la que se analizan es por completo diferente. Pocas cintas logran capturar la visión de los niños con esta maestría. Los elementos de fondo y forma de la cinta completan un trabajo de una profundidad tan sólo comparable con su exquisita sencillez y su extraordinaria secuencia final. Una de las mejores cintas de 2017 y un trabajo imperdible para los amantes del buen cine.
Calificación: 4.5/5 respecto a la siguiente escala:——
1: Terrible
2: Mala
3: Buena
4: Excelente
5: Legendaria
2: Mala
3: Buena
4: Excelente
5: Legendaria
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