EL FIASCO DE LOS
OSCARS 2019
Por Alatriste
Partamos del hecho de que los premios Oscars nunca han sido un referente confiable en lo que a calidad y reconocimiento del buen arte cinematográfico se refiere. Quizás lo haya sido en algún momento, pero dicho momento se encontraría ya varias décadas atrás. Desde que tengo memoria, los famosos premios de la Academia han reconocido a las películas que más le convienen a la industria norteamericana, dejándose guiar casi siempre por una agenda comercial, ideológica o política —¿o nadie recuerda alguien a Michelle Obama anunciando a Argo como ganadora a mejor película en el 2013?
Pero en los últimos años, la situación parecía haberse, como menos, modificado. Pareciera que la agenda política se había alineado al menos con un poco de calidad. Siempre ha habido debate entre quién debió o no ganar la estatuilla, pero al menos entre las nominadas figuraban películas de cine independiente, cine de autor, películas relativamente pequeñas que comenzaban por reivindicar a los Oscars como unos premios que más o menos se tomaban al cine en serio.
Pero la situación no era económicamente viable y los ratings de la ceremonia bajaban y bajaban...

Para corregir la situación, en 2018 se anunciaron algunos cambios para la premiación de 2019. Entre los varios cambios, el que más llamó la atención y más disgusto ocasionó fue el anuncio de la nueva categoría: Mejor película popular. Muchas quejas y críticas debió ocasionar, porque lo cierto es que la Academia se retractó y las categorías para este año permanecieron intactas.
Excepto que no fue así: entre las 8 nominadas a mejor película para este año, al menos 5 lograron recaudar cifras muy por encima de los 100 millones de dólares (Bohemian Rhapsody casi llega a los 1000 millones, mientras que Black Panther superó holgadamente dicha suma). De las 4 restantes, 3 se acercaron a los 100 millones de dólares y, en caso de Roma, no lo sabemos debido a su distribución vía Netflix, pero bien conocido es el impacto que a nivel mundial causó la película dirigida por Alfonso Cuarón. La solución resultó ser, pues, peor que la enfermedad: sí se creo la categoría de Mejor película popular, sólo que discretamente se le disimuló sustituyendo a la poco atractiva Mejor película a secas.

La selección de películas ocurrió en detrimento de la calidad de la calidad de las mismas: de entre las ocho películas, dos habían sido incluso golpeadas por la crítica especializada (Bohemian Rhapsody y Green Book); Black Panther ocasionó muchos sentimientos encontrados, pues aunque no precisamente mal recibida, resultaba curiosa su nominación después de haberse ignorado otras grandes películas del género en su momento, como The Dark Knight o Logan, indiscutiblemente superiores; Vice, BlacKkKlansman y The Favourite no eran precisamente malas, sino lo contrario, pero también resultaba extraño que ninguna de ellas figurara entre las mejores obras de sus respectivos directores.
Las nominaciones resultaron ser una decepción. Pero en términos francos, 2018 no fue el mejor año para el cine norteamericano. Más terrible es el hecho de que en la lista de omisiones hay películas de gran calidad e innovación que simplemente fueron ignoradas, como si no existieran. Y la lista es extensa. Mucho llamó la atención el hecho de que tan sólo las cinco nominadas para mejor película extranjera, por ejemplo, ¡fueran visiblemente superiores a todas las nominadas a mejor película! (a excepción de Roma, claro, nominada en ambas categorías).

En fin, lo cierto es que entre las terribles nominaciones, las cosas al menos parecían estar claras. Pero no para la Academia, que este año parecía decidida a echar la casa por la ventana a costa de toda su credibilidad.
Resulta increíble que Green Book se haya llevado mejor guión estando en competencia el guión de First Reformed del mismísimo Paul Schrader. Resulta increíble que Bohemian Rhapsody se haya llevado mejor edición por encima de The Favourite, BlacKkKlansman o incluso Vice. Resulta increíble que Bohemian Rhapsody se haya llevado mejor edición de sonido por encima de A Quiet Place, First Man o incluso Roma. Resulta increíble que Black Panther se haya llevado mejor diseño de producción por encima de joyas como The Favourite o Roma. Resulta increíble que Rami Malek se haya llevado el premio al mejor actor por encima de actuaciones de la calidad de las de Christian Bale o Willem Dafoe. ¡Pero la más increíble de todas, al grado de rayar en lo ofensivo, es que Green Book se haya llevado el Oscar a la mejor película!

En otros años había espacio para la discusión: tan sólo el año pasado, era difícil decidirse entre joyas como Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, The Phantom Thread o The Shape of Water. Antes podía discutirse, por ejemplo, entre La La Land, Manchester by the Sea, Moonlight o incluso Fences. Antes pudo ser difícil decidirse entre Birdman o The Grand Budapest Hotel, y así podríamos continuar.
No recuerdo un año en el que la distancia entre la mejor película y el resto fuera tan clara como éste. Y ni siquiera es que personalmente considere a Roma la mejor película del año. De hecho creo que su competencia más dura estaba, precisamente, entre las nominadas a mejor película extranjera, donde competía con monstruos como las impresionantes Cold War y Shoplifters. Pero es que las otras nominadas a mejor película simplemente no eran competencia para Roma bajo estándar alguno.

¿Será éste un ejemplo de la renuencia que tiene la Academia a premiar a las cintas distribuidas en servicios de streaming como Netflix? ¿Será esta la necesidad de premiar una cinta que de alguna manera redime los antivalores de racismo e intolerancia de Estados Unidos, como lo hace Green Book, independientemente de lo plana y común que ésta pueda ser? ¿O será éste un simple regreso a los años más oscuros de las décadas recientes de los premios de la Academia, donde sólo buscan premiar la fama y el éxito de sus mediocres producciones?
Sólo queda ver la reacción de la Academia en la ceremonia del siguiente año. Si es que su estrategia funcionó y alguien quedó con ganas de verla.

Pero en los últimos años, la situación parecía haberse, como menos, modificado. Pareciera que la agenda política se había alineado al menos con un poco de calidad. Siempre ha habido debate entre quién debió o no ganar la estatuilla, pero al menos entre las nominadas figuraban películas de cine independiente, cine de autor, películas relativamente pequeñas que comenzaban por reivindicar a los Oscars como unos premios que más o menos se tomaban al cine en serio.
Pero la situación no era económicamente viable y los ratings de la ceremonia bajaban y bajaban...

Para corregir la situación, en 2018 se anunciaron algunos cambios para la premiación de 2019. Entre los varios cambios, el que más llamó la atención y más disgusto ocasionó fue el anuncio de la nueva categoría: Mejor película popular. Muchas quejas y críticas debió ocasionar, porque lo cierto es que la Academia se retractó y las categorías para este año permanecieron intactas.
Excepto que no fue así: entre las 8 nominadas a mejor película para este año, al menos 5 lograron recaudar cifras muy por encima de los 100 millones de dólares (Bohemian Rhapsody casi llega a los 1000 millones, mientras que Black Panther superó holgadamente dicha suma). De las 4 restantes, 3 se acercaron a los 100 millones de dólares y, en caso de Roma, no lo sabemos debido a su distribución vía Netflix, pero bien conocido es el impacto que a nivel mundial causó la película dirigida por Alfonso Cuarón. La solución resultó ser, pues, peor que la enfermedad: sí se creo la categoría de Mejor película popular, sólo que discretamente se le disimuló sustituyendo a la poco atractiva Mejor película a secas.

La selección de películas ocurrió en detrimento de la calidad de la calidad de las mismas: de entre las ocho películas, dos habían sido incluso golpeadas por la crítica especializada (Bohemian Rhapsody y Green Book); Black Panther ocasionó muchos sentimientos encontrados, pues aunque no precisamente mal recibida, resultaba curiosa su nominación después de haberse ignorado otras grandes películas del género en su momento, como The Dark Knight o Logan, indiscutiblemente superiores; Vice, BlacKkKlansman y The Favourite no eran precisamente malas, sino lo contrario, pero también resultaba extraño que ninguna de ellas figurara entre las mejores obras de sus respectivos directores.
Las nominaciones resultaron ser una decepción. Pero en términos francos, 2018 no fue el mejor año para el cine norteamericano. Más terrible es el hecho de que en la lista de omisiones hay películas de gran calidad e innovación que simplemente fueron ignoradas, como si no existieran. Y la lista es extensa. Mucho llamó la atención el hecho de que tan sólo las cinco nominadas para mejor película extranjera, por ejemplo, ¡fueran visiblemente superiores a todas las nominadas a mejor película! (a excepción de Roma, claro, nominada en ambas categorías).

En fin, lo cierto es que entre las terribles nominaciones, las cosas al menos parecían estar claras. Pero no para la Academia, que este año parecía decidida a echar la casa por la ventana a costa de toda su credibilidad.
Resulta increíble que Green Book se haya llevado mejor guión estando en competencia el guión de First Reformed del mismísimo Paul Schrader. Resulta increíble que Bohemian Rhapsody se haya llevado mejor edición por encima de The Favourite, BlacKkKlansman o incluso Vice. Resulta increíble que Bohemian Rhapsody se haya llevado mejor edición de sonido por encima de A Quiet Place, First Man o incluso Roma. Resulta increíble que Black Panther se haya llevado mejor diseño de producción por encima de joyas como The Favourite o Roma. Resulta increíble que Rami Malek se haya llevado el premio al mejor actor por encima de actuaciones de la calidad de las de Christian Bale o Willem Dafoe. ¡Pero la más increíble de todas, al grado de rayar en lo ofensivo, es que Green Book se haya llevado el Oscar a la mejor película!

En otros años había espacio para la discusión: tan sólo el año pasado, era difícil decidirse entre joyas como Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, The Phantom Thread o The Shape of Water. Antes podía discutirse, por ejemplo, entre La La Land, Manchester by the Sea, Moonlight o incluso Fences. Antes pudo ser difícil decidirse entre Birdman o The Grand Budapest Hotel, y así podríamos continuar.
No recuerdo un año en el que la distancia entre la mejor película y el resto fuera tan clara como éste. Y ni siquiera es que personalmente considere a Roma la mejor película del año. De hecho creo que su competencia más dura estaba, precisamente, entre las nominadas a mejor película extranjera, donde competía con monstruos como las impresionantes Cold War y Shoplifters. Pero es que las otras nominadas a mejor película simplemente no eran competencia para Roma bajo estándar alguno.

¿Será éste un ejemplo de la renuencia que tiene la Academia a premiar a las cintas distribuidas en servicios de streaming como Netflix? ¿Será esta la necesidad de premiar una cinta que de alguna manera redime los antivalores de racismo e intolerancia de Estados Unidos, como lo hace Green Book, independientemente de lo plana y común que ésta pueda ser? ¿O será éste un simple regreso a los años más oscuros de las décadas recientes de los premios de la Academia, donde sólo buscan premiar la fama y el éxito de sus mediocres producciones?
Sólo queda ver la reacción de la Academia en la ceremonia del siguiente año. Si es que su estrategia funcionó y alguien quedó con ganas de verla.

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