domingo, 23 de diciembre de 2018

Reseña: The House That Jack Built

THE HOUSE THAT JACK BUILT


Dinamarca, Francia, Alemania, Suecia; 2018
Director: Lars von Trier

Por GM Alatriste


Mirar a Lars Von Trier parece ser un poema obsceno lleno de rimas sin sentido que se acoplan de manera lírica y vagan en la línea entre la incomodidad y el éxtasis. The House that Jack Built o, como  algunos la han llamado, “el boleto de reentrada a Cannes”, no es la excepción al cántico morboso al que nos tiene acostumbrados el director danés.

La película comienza con lo que parece ser una plática entre dos viajeros quienes recién se conocen y buscan profundizar en la conversación mientras se dirigen a un destino desconocido para el espectador. Son el guía Verge y el protagonista de la historia Jack. Hay algo en la voz de Jack que hace notar el aire de nostalgia y credulidad por comenzar lo que parece ser un largo viaje, se puede resaltar al anteponer dos de las líneas más significativas del inicio:

Jack: “¿Está permitido hablar durante el camino? Estaba pensando que podrían ser las reglas."

Verge: “Déjame ponerlo de éste modo; muy pocos recorren todo el camino sin pronunciar una palabra.”


El escenario histórico: los años setenta; el protagonista: un asesino en serie quien ve en sus crímenes la cura al trastorno obsesivo compulsivo que lo persigue, pero que lo lleva también a la perfección de sus escenas de crimen, siempre limpias y sin huellas de, bueno, crimen.

El actor Matt Dillon hace un trabajo extraordinario encarnando al personaje de Jack, un ser perturbado, implacable y temerario cuya personalidad antisocial no le impide practicar gestos y diálogos frente al espejo para salir adelante en cualquier situación que pudiera obstaculizar su labor que ejecuta con religiosidad.


La película se va contando casi como un libro a través de 5 capítulos o “encuentros”, como los llama Lars Von Trier, y un epílogo. Muchos de los personajes y sus diálogos caen en lo absurdo, pero en un absurdo casi patético que hace al espectador sentirse familiarizado con —y hasta cierto punto justificando— los sentimientos y acciones del protagonista.

Lo que tenemos es un manifiesto artístico de un director que se sabe y asume artista y que está dispuesto a analizar su obra; de un director que no hace oídos sordos a las críticas que se han hecho de su cine pero que, en su libertad de diferir, explica las razones por las que los duros comentarios no lo detienen, sino que más bien lo estimulan.



Lars von Trier compara la creación artística con una relación cazador-presa. Compara la labor artística con aquélla de un asesino serial, como lo es su protagonista, en el que él mismo se asume reflejado, de manera metafórica. El discurso termina siendo muy rico aunque no deja de rayar en lo cínico, fiel a su estilo provocador. Y no obstante, en medio de tanta enfermedad, von Trier lanza mensajes contundentes y críticos a lo que para él es la sociedad moderna y su depravación: una sociedad que no ayuda a sus semejantes aunque éstos griten desesperados en la búsqueda de una mano amiga que bien podría ser su salvación. 

El director hace esa crítica a través de metáforas, que se construyen alrededor de personajes en sí mismo polémicas: a través de historias del asesino con mujeres y los niños, trata de enfatizar la figura de vulnerabilidad socialmente impuesta al rol de ambos, con escenas de mutilación, violencia, taxidermia y la constante analogía del tigre y el cordero, gesto característico del director.


La música es un punto a resaltar de la película, escenas largas llenas de melodías que van desde “Hit the road Jack” hasta orquestas que corren dentro de escenarios casi bíblicos, inspirados —al igual que algunos personajes, como verá el espectador— en la Divina Comedia de Alighieri. Se da atención a la influencia del pianista Glenn Gould sobre el personaje principal y su visión de artista del mundo que lo rodea, creando una atmósfera que hacen de la cinta algo casi personal para la audiencia.


Sin duda se trata de una película pretenciosa. Sin embargo, la estética al puro estilo de von Trier —muy apoyado por la cinematografía de Manuel Alberto Claro, con que repite colaboración— logra crear una atmósfera de credulidad e incomodidad mezcladas con escenas realmente limpias que no caen en vulgaridades, sino al contrario: muestran elementos clave y se mantiene la constante expectación de quien la mira al tiempo que cambia de aire y entonces crea de nuevo el hilo de atención hacia la misma.

Al salir de la sala de cine a muchos de los espectadores nos surgió la duda de qué genero representaba este filme, ¿comedia de terror? ¿thriller romántico?… Te dejaremos a ti responder esa pregunta.
Calificación: 4/5 respecto a la siguiente escala:——
       1: Terrible
       2: Mala
       3: Buena
       4: Excelente
       5: Legendaria

P. D. Entre todas las escenas de violencia explícita de la película, figura una particularmente perturbadora en la que la versión infantil de Jack mutila una de sus patas a un pequeño pato. Cruda por su realismo, en realidad la escena fue hecha con prótesis y trucos de cámara. Ningún animal fue lastimado, e incluso PETA ha defendido la escena por retratar tan fielmente la conducta de una persona con conductas potencialmente sociópatas: las señales se empiezan a manifestar desde la edad infantil por lo que recomiendan tener atención a este tipo de conductas en los niños.

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